JOHN VINCENT ATANASOFF

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6 min readSep 30, 2020

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Image: google.com

Lejos tanto de Zuse como de Stibitz, en 1937 había también otro inventor que experimentaba con circuitos digitales. Trabajando en un sótano en Iowa, sería el artífice de la siguiente innovación histórica: la construcción de un dispositivo de cálculo que, al menos en parte, utilizara tubos de vacío. En algunos aspectos, su máquina era menos avanzada que las demás. No era programable ni universal; en lugar de ser completamente electrónica, incluía algunos elementos mecánicos de movimiento lento, y aunque su inventor construyó un modelo que en teoría era capaz de funcionar, en la práctica no pudo conseguir que operara de manera fiable. Pese a ello, John Vincent Atanasoff, conocido por su esposa y sus amigos como Vincent, merece la distinción de ser el pionero que concibió el primer computador digital parcialmente electrónico, y lo hizo después de haberse sentido inspirado durante un largo e impetuoso trayecto en automóvil realizado una noche de diciembre de 1937. Atanasoff, que nació en 1903, era el mayor de los siete hijos de un inmigrante búlgaro y una descendiente de una de las familias más antiguas de Nueva Inglaterra. Su padre trabajaba como ingeniero en una planta eléctrica de New Jersey dirigida por Thomas Edison, pero luego trasladó la familia a una población de la Florida rural, al sur de Tampa. A los nueve años, Vincent ayudó a su padre a montar la instalación eléctrica de su casa de Florida, y este le regaló una regla de cálculo de la marca Dietzgen. «Aquella regla de cálculo me fascinaba», recordaría más tarde. A una temprana edad se lanzó al estudio de los logaritmos con un entusiasmo que parece algo extravagante por más que él lo explique en tono serio: «¿Cabe imaginar que un niño de nueve años, con el béisbol en la cabeza, pueda verse transformado por ese conocimiento? El béisbol pasó a un segundo plano ante el duro estudio de los logaritmos». Durante el verano calculó el logaritmo de 5 en base e, y luego, con la ayuda de su madre (que había sido profesora de matemáticas), estudió cálculo mientras estaba todavía en la escuela de presecundaria. Su padre se lo llevó a la planta de fosfato en la que trabajaba como ingeniero electrotécnico para mostrarle cómo funcionaban los generadores. El joven Vincent, retraído, creativo y brillante, terminó la enseñanza secundaria en dos años en lugar de los tres habituales, y obtuvo sobresalientes en todas las asignaturas. Estudió ingeniería eléctrica en la Universidad de Florida, aunque mostraba asimismo cierta inclinación práctica y pasaba mucho tiempo en el taller de maquinaria y la fundición de la universidad.

También seguía fascinado por las matemáticas, y en su primer año estudió una prueba que implicaba el uso de aritmética binaria. Creativo y confiado, se graduó con la nota media más alta de su época. Aceptó una beca para realizar un trabajo de máster en matemáticas y física en la Universidad Estatal de Iowa, y aunque más tarde sería admitido en Harvard, se mantuvo firme en su decisión de estudiar en la Estatal, que tenía su sede en la ciudad de Ames, en el cinturón cerealícola estadounidense. Luego Atanasoff cursó un doctorado en física en la Universidad de Wisconsin, donde pasó por la misma experiencia que otros pioneros de la informática, empezando por Babbage. Su trabajo, que versó acerca de cómo puede polarizarse el helio mediante un campo eléctrico, implicaba tediosos cálculos. Mientras se esforzaba en resolver las fórmulas matemáticas utilizando una máquina sumadora de escritorio, soñaba con inventar una calculadora que pudiera hacer la mayor parte del trabajo. Tras regresar a la Universidad Estatal de Iowa en 1930 como profesor adjunto, decidió que sus títulos en ingeniería eléctrica, matemáticas y física le habían preparado suficientemente para la tarea. Su decisión de no quedarse en Wisconsin o ir a Harvard o a otra universidad importante en el ámbito de la investigación tuvo sus consecuencias. En la Estatal de Iowa, donde no había nadie más trabajando en la forma de construir nuevas calculadoras, Atanasoff estaba solo. Podían ocurrírsele ideas nuevas, pero no tenía a su alrededor a nadie que le sirviera de caja de resonancia o que le ayudara a superar desafíos teóricos o de ingeniería. A diferencia de la mayoría de los innovadores de la era digital, fue un inventor solitario, a quien la inspiración le llegaba en largos trayectos en automóvil o en sus conversaciones con un alumno universitario que le hacía de ayudante. Al final, eso resultaría ser una desventaja. Inicialmente Atanasoff consideró la posibilidad de construir un dispositivo analógico; su afición a las reglas de cálculo le llevó a tratar de diseñar una versión gigante utilizando largas tiras de película. Sin embargo, se dio cuenta de que la película tendría que medir varios cientos de metros para poder resolver ecuaciones algebraicas lineales con la suficiente precisión para ajustarse a sus necesidades. También construyó un artilugio capaz de dar forma a un montón de parafina para poder calcular una ecuación diferencial parcial. Fueron las limitaciones de estos dispositivos analógicos las que le hicieron centrarse, en cambio, en la creación de una versión digital. El primer problema que abordó fue el de cómo almacenar números en una máquina. Para describir esa característica utilizó el término «memoria». «Por entonces yo tenía solo un conocimiento superficial del trabajo de Babbage, y, por lo tanto, no sabía que él denominaba al mismo concepto “almacén”. […] Me gusta su término, y quizá, de haberlo conocido, lo habría adoptado; también me gusta “memoria”, con su analogía con el cerebro». Atanasoff examinó una lista de posibles dispositivos de memoria: agujas mecánicas, relés electromagnéticos, una pequeña pieza de material magnético que pudiera polarizarse mediante una carga eléctrica, tubos de vacío y un pequeño condensador eléctrico. Los más rápidos serían los tubos de vacío, pero también eran caros. Así pues, en lugar de ello optó por utilizar lo que él denominó «condensadores» hoy los llamamos indistintamente «condensadores» o «capacitores», que son unos componentes pequeños y baratos capaces de almacenar, al menos brevemente, una carga eléctrica. Fue una decisión comprensible, pero implicó que la máquina fuera lenta y pesada. Por más que las operaciones de suma y resta pudieran realizarse a velocidades electrónicas, el proceso de introducir y extraer números de la unidad de memoria ralentizaba toda la máquina a la velocidad del tambor rotatorio. Una vez elegida la unidad de memoria, Atanasoff centró su atención en cómo construir la unidad aritmética y lógica, que él denominó «el mecanismo de computación». Decidió que este debía ser totalmente electrónico, lo que significaba utilizar tubos de vacío, aunque fueran caros. Los tubos actuarían como interruptores de encendido y apagado para realizar la función de puertas lógicas en un circuito capaz de sumar, restar y realizar cualquier función booleana. Esto planteaba una cuestión de matemática teórica como las que tanto le gustaban desde que era un niño: su sistema digital, ¿debía ser decimal o binario, o bien utilizar alguna otra base numérica? Atanasoff, que era un auténtico entusiasta de los sistemas numéricos, evaluó numerosas opciones. Durante un tiempo se creyó que la base cien parecía relativamente prometedora escribió en un artículo que no llegó a publicarse. Ese mismo cálculo mostró que la base que teóricamente da la velocidad de cálculo más alta es e, la base natural. Sin embargo, equilibrando la teoría con el espíritu práctico, finalmente se decidió por la base 2, el sistema binario. A finales de 1937 les daba vueltas en la cabeza a estas y otras ideas, formando un “evoltijo” de conceptos que no «cuajaban». A Atanasoff le encantaban los coches; si podía, le gustaba comprarse uno nuevo todos los años, y en diciembre de 1937 adquirió un flamante Ford con un potente motor V8. Para relajar la mente, una noche lo cogió para dar una vuelta, dando lugar a lo que se convertiría en un importante momento en la historia de la informática. (Isaacson, W. 2014)

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